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Viernes, 22 Noviembre 2024

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El decenio que vivimos peligrosamente

El ocho de agosto se han cumplido diez años dela mayor tormenta económica que ha vivido el mundo desde la gran depresión, la crisis de las hipotecas subprime. Todo comenzó con un desplome de La Bolsa de Wall Street, pero Estados Unidos llevaba tiempo esperando un cataclismo de grandes proporciones. En España, la crisis coincidió con el estallido de nuestra propia burbuja de la construcción, un espantoso periodo de desempleo brutal, desilusión generalizada entre la población y reformas que han dinamitado buena parte del  denominado estado de bienestar.

El neoliberalismo elevado a su máxima potencia condujo a Estados Unidos a la crisis de las hipotecas subprime. Eran unos préstamos que se concedían a ciudadanos sin ninguna posibilidad de cumplir con sus compromisos de pago. Los bancos daban estos créditos con el objetivo de incrementar sus carteras de activos en una carrera vertiginosa por superar a las entidades rivales. A los ejecutivos de los bancos no les importaba dar dinero a quien no iba a pagar, porque del incremento del negocio dependían sus bonus anuales.

Todo fue muy rápido. Llegó un momento en que el sistema comenzó a tambalearse. El Gobierno estadounidense salió en ayuda del banco Bear Sterns. Unos meses después, se hizo cargo de las dos grandes agencias hipotecarias del país,  Freddie Mac y Fannie Mae. Bear Stern fue absorbido por el banco de negocios JP Morgan. Finalmente, el 15 de septiembre de 2008, uno de los cuatro grandes bancos de inversión de Estados Unidos, Lehman Brothers, presentó su quiebra.

Recesión mundial

Mientras tanto, el mundo entraba en recesión, a consecuencia de que la crisis de las subprime se contagió al resto del países occidentales. Los bancos americanos transfirieron los riesgos de sus subprime a bancos de todo el globo mediante unos títulos llamados bonos de titulización. Convirtieron estos préstamos tóxicos en títulos y se los vendieron a bancos en los cinco continentes.

En medio de esta crisis mundial, España entró de lleno en su particular depresión, por el estallido de su propia burbuja inmobiliaria. El dinero se retiró de todos los mercados y España fue considerado un pais de alto riesgo entre la banca y los fondos mundiales.

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Durante la larga fase de bonanza económica, de más de diez años de duración, los bancos empezaron a prestar sin ningún tipo de recato. La tradicional norma de la banca de denegar préstamos que supongan cuotas de pago superiores al 35% de la renta disponible del cliente se pervirtió de tal manera que se autorizaban créditos cuyo abono mensual representaba casi el doble, el 60% de los ingresos de los hogares. Por si esto fuera poco, el importe máximo de estos préstamos para compra de vivienda subió del 80% al 100%. Además, los peritajes buscaban inflar el precio de la vivienda, para que el banco pudiera dar más dinero e incrementar los objetivos de las oficinas.

La exuberancia irracional del sector inmobiliario fue secundada por el sistema financiero. Allá donde había una promoción inmobiliaria se abría no sólo la sucursal de una caja o banco, sino la de un competidor enfrente. Una situación insostenible. España contaba con el mayor índice de oficinas bancarias por cada mil habitantes de todo el mundo.

Crisis de las cajas

En medio de toda esta historia, se produjo la decadencia y muerte de las cajas de ahorros, unas entidades financieras en las que los miembros de los consejos de administración no eran profesionales, sino políticos, unas entidades que tenían muchas más prerrogativas que los bancos. Lo peor es que carecían de capital social, no tenían accionistas y, por tanto, no podían ampliar capital como sus rivales, los bancos.

En marzo de 2009, se produjo la primera intervención de una entidad en la crisis: la Caja de Castilla La Mancha. A partir de ahí, se produjo una carrera frenética de reestructuración del sistema financiero. Desaparecieron casi todas las cajas, fusionadas, intervenidas o reconvertidas en bancos.

Mientras el paro se disparaba en cuatro millones más de personas en muy pocos meses, el dinero desaparecía del sistema, ante la muerte de las cajas. El sistema financiero pasó de las 45 a las 15 entidades y se tuvo que solicitar un rescate bancario a la Unión Europea.

Ajuste durísimo

¿Qué pasó desde entonces? Una crisis de deuda obliga a un ajuste en el pantalón de los consumidores.  En los últimos diez años, las familias han reducido su deuda en nada menos que 200.000 millones de euros. Las empresas han disminuido su endeudamiento en 400.000 millones.

Después de la gran “cantada” de todos los supervisores mundiales (ninguno previó la que se venía encima), estos decidieron cambiar la política de mano abierta por la del puño cerrado, con el que han golpeado a las entidades financieras durante los últimos años. En cuanto se producía alguna duda sobre cualquier cuestión, la solución venía por el aumento del capital en las cajas fuertes de los bancos. Este capital no es más que un dinero que se deposita en previsión de que se produzca algún pufo inesperado.

De esta forma, los bancos españoles tienen ocioso ya más del 10% del capital de que disponen (casi tres veces más que antes de la crisis). Eso, sin contar con que el precio oficial del dinero es ahora negativo. Y no sólo eso. A imagen y semejanza del Banco Central Estadounidense, pero más de un lustro después, el Banco Central Europeo decidió inundar el mercado de dinero (dos billones y medio de euros) para evitar que la falta de liquidez provocara quiebras de bancos (los problemas afectaron a entidades de buena parte de los países europeos).

Diez años después, Estados Unidos va bien, Europa como puede y España sale de una crisis de casi diez años, con ciudadanos empobrecidos, jóvenes con empleos basura que no cotizan a  Seguridad Social y dos millones de trabajadores mayores de 45 años expulsados del mercado laboral. Un talento incomprensiblemente desaprovechado hasta por las empresas de trabajo temporal, que cuando reciben un curriculum de profesionales mayores de esa edad, no tienen ningún remordimiento en depositarlo cuidadosamente en el cubo de la basura.

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