Cuando el pasado mes de junio los taxistas españoles se pusieron en pie de guerra contra el lanzamiento de Uber, muchos se llevaron las manos a la cabeza. ¿Quién eran ellos para impedir el progreso? ¿Cómo no veían que el consumo colaborativo era parte de la solución y no del problema? Alegaban los sufridos autónomos que en Uber podía conducir cualquiera, lo que suponía una total falta de garantía para quien optaba por este servicio. Y algo de razón tenían.
Los últimos meses la prensa americana ha reflejado cómo algunos conductores de Uber no son todo lo profesionales que debieran. La última noticia ha saltado esta misma mañana. Un conductor de Uber de la ciudad de Washington ha sido acusado de intentar abusar sexualmente de una pasajera que presentaba síntomas de embriaguez. Al solicitar un coche que la llevase a casa, el conductor llevó a su víctima a un espacio apartado e intentó violarla.
Podríamos estar hablando de un hecho aislado si no fuera porque no es precisamente la primera vez que pasa. El pasado mes de marzo la policía de Los Ángeles arrestó a otro conductor de este servicio, acusándole de haber secuestrado a su pasajera, que se encontró de repente desnuda y encerrada en un motel de carretera. Una situación similar se ha repetido este mes de julio en Seattle y una vez más en Washington, un pasajero se vio vuelto involuntariamente en una persecución policial a toda velocidad en la carretera.
La situación está empezando a preocupar seriamente a los responsables de la empresa, que de hecho ha puesto en marcha el servicio «1$ Safe Ride Fee» que teóricamente garantiza a los pasajeros que su conductor no tiene intenciones extrañas. En este punto, eso sí, es necesario aclarar que todos estos casos no se han dado en el servicio oficial de la empresa (que cuenta con sus propios conductores en plantilla), sino en su servicio Uberpop, que es el que permite que cualquier conductor, independientemente de su reputación o experiencia pueda «ganarse la vida» como taxista aficionado.
No queremos pecar de alarmistas y parece evidente que en términos generales el servicio que ofrece Uber es seguro y que debe funcionar con normalidad. Pero incidentes como los que se están produciendo muestran un servicio al que es necesario regular y que en cualquier caso, no dispone de los mecanismos suficientes como para controlar muchas situaciones que se les escapan de las manos.
Y no son los únicos. En otro servicio como Airbnb se han dado las situaciones más grotescas. Se ha denunciado a dueños de casas que aparecen en mitad de la noche, prostitutas que alquilan casas porque resulta más barato a la hora de hacer negocios y ocupas que deciden que en realidad no quieren marcharse de la casa en la que acaban de entrar. ¿El principal problema? Que la falta de regulación impide muchas veces actuar y los propios servicios, que en la mayoría de los casos son meros intermediarios, están atados de pies y manos a la hora de dar una respuesta.