Esta es la historia profesional de Julio (nombre ficticio). Julio es un trabador serio y muy comprometido con su empresa. Sin embargo, ha tenido que sufrir durante años un jefe tóxico: insultos, amenazas, órdenes contradictorias, acoso laboral injustificado, trabajo desmesurado y metas muchas veces deliberadamente inalcanzables, control a todas luces innecesario y enfermizo del trabajo y la persona, puesta en evidencia ante sus compañeros por temas nimios que su jefe se encargaba de magnificar. Una tarde, al terminar su larga jornada laboral, Julio comienza a sentirse francamente mal: dolor en el pecho, dificultades para respirar y otros síntomas alarmantes que le llevan a la sala de urgencias del hospital.
Tras una exhaustiva revisión, los médicos concluyen que el corazón de Julio estaba bien, al menos, de momento. Lo que realmente está sufriendo es un ataque de ansiedad. La epifanía de Julio viene poco después, cuando se da cuenta de que el ratito que ha estado en boxes del hospital, en completa paz y silencio y arropado por una confortable mantita había sido “el mejor momento de la semana…”.
En ese instante, nuestro amigo Julio tomó la decisión de cambiar de empresa antes de que la empresa acabara con él. Afortunadamente el protagonista de esta historia pudo salir de ese trabajo y jefe tiránico sin grandes cicatrices en el alma. No todo el mundo es tan afortunado. Hay historias de enfermedades mentales causadas por el estrés laboral que han terminado con incapacidades permanentes y trastornos psicológicos que se arrastran ya durante toda la vida, intentos de suicidio y un largo camino de visitas a profesionales de la salud mental. No es justo ni admisible que esto ocurra en el siglo XXI, en la década de la Inteligencia Artificial y el florecimiento del liderazgo ético.
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Todos hemos vivido de cerca casos de personas que han sufrido acoso, presión y situaciones mentalmente devastadoras en sus trabajos. En muchos casos esto ha derivado en problemas de salud físicos y mentales: Una cultura de empresa del tipo “aquí se viene a darlo todo”, presión extrema para alcanzar los objetivos; exigencias de productividad desmesuradas y continuadas en el tiempo; jefes tóxicos; trabajos estresantes y mal diseñado; acoso laboral; mal ambiente de trabajo (“aquí no vienes a hacer amigos”) y otros muchos elementos patógenos son parte de un cóctel explosivo que puede derivar en enfermedades de larga duración y con consecuencias muy graves a medio y largo plazo.
Si buscamos la causa raíz de estos problemas está en culturas empresariales que fomentan ambientes de trabajo poco saludables con florecimiento de líderes nocivos que actúan con total impunidad cuando no apoyo expreso de su cúpula. Un buen liderazgo puede salvar vidas. Un mal liderazgo puede matar lentamente, derrumbando la moral e impactando en la salud mental de personas y equipos.
En el mejor escenario, si la situación patógena se mantiene, acabamos teniendo empleados quemados (el burnout que tanto preocupa a las organizaciones), personas agotadas física y mentalmente, para las que el sonido del despertador cada mañana es un suplicio. También se habla de los trabajadores zombies. Son trabajadores cuyo compromiso con la empresa es inexistente. Vienen, trabajan y se van. Si pueden contribuir a perjudicar a su organización lo harán, al igual que los destructivos zombies de las películas de terror. En el peor escenario, pueden surgir numerosos trastornos mentales como neurosis de ansiedad, depresiones, PSD o trastorno de estrés postraumático (sí, la misma enfermedad que los soldados en entornos de guerra) y otras muchas dolencias cuya curación será larga y difícil.
Una herida física puede tardar 15 días en cicatrizar; una herida mental puede necesitar años de tratamiento y no curarse nunca del todo. Depresiones causadas por entornos de trabajo tóxicos pueden convertirse en crónicas y no desaparecer nunca, aunque apartemos al trabajador enfermo de ese entorno nocivo. Estamos hablando de un impacto real y grave en la sociedad y la sanidad.
¿Esto es una nueva moda?
¿Es porque las nuevas generaciones son más blandas o tienen menos resiliencia o capacidad de aguante? La respuesta es que no. En primer lugar, la evolución de los países industrializados ha traído en los últimos años un interés creciente por el bienestar de los trabajadores y el happy management, esto es, iniciativas para garantizar que los empleados son felices en su trabajo. Puede parecer algo frívolo, pero los trabajadores felices son mucho más productivos (entre un 12 % y un 25 % más según los diferentes estudios), lo que ayudará a su empresa a ser mucho más rentable en lo económico. Adicionalmente, una organización que no cuida la salud mental de sus trabajadores puede enfrentarse a problemas muy graves, tanto de reputación como legales y jurídicos.
El interés por el bienestar laboral ha reemplazado, en muchas organizaciones, a la mera unidad de prevención de riesgos laborales. Numerosas empresas han creado departamentos de bienestar laboral que se encargan de ayudar a sus colaboradores a gestionar el estrés, mejorar su calidad de vida y tener hábitos físicos y mentales sanos, poniendo en marcha amplias iniciativas para el bienestar personal y laboral: clases para gestionar el estrés, cursos de mindfulness, nutrición saludable, atención psicológica, flexibilización de jornadas y muchas otras medidas. En menos de tres años han surgido en España másteres y títulos de Experto en Bienestar Laboral. Por su parte, la Unión Europea debate sobre la necesidad de incluir en la sanidad de todos los países los tratamientos por enfermedades mentales y aumentar las medidas que fomenten la salud mental en el trabajo.
Por otra parte, toda la sociedad española ha evolucionado y nadie se avergüenza en la actualidad de alzar su voz y manifestar que tiene un problema de salud mental. No es un estigma. Es otra enfermedad y tiene cura. Las nuevas generaciones valoran la calidad del entorno de trabajo y no dudan en abandonar rápidamente organizaciones tóxicas, que no favorezcan la tan necesaria y sana conciliación entre trabajo y vida personal.
Tener un problema de salud mental era algo inconcebible en la generación Baby Boomer. Podía percibirse como un síntoma de debilidad. Había que aguantar. Es difícil tener cifras sobre cuantos trabajadores perdieron la salud y hasta la vida por problemas mentales causados en el trabajo. No es así en la actualidad. El conocimiento y el respeto a las enfermedades mentales ha crecido. El buen hacer de los profesionales de la salud mental ha ayudado a demostrar la importancia de cuidar la salud psíquica de los trabajadores tanto como su salud física.
Según estudios recientes, uno de cada cuatro españoles ,unos 12 millones según Mutua Madrileña, admiten acudir regularmente a un psicólogo o psiquiatra para tratar un problema de salud mental. Las bajas laborales por enfermedades mentales se han incrementado hasta un 81,54 % entre el 2016 y el 2023 y eso que también se estima que no son más que la punta del iceberg. Cada vez se habla con más franqueza sobre el tema.
Bajas por enfermedad mental 2016-2023 (Fuente Portal de Transparencia de la Seguridad Social).
El crecimiento de bajas ligadas a enfermedades mentales aumenta un 26 % cada año en España desde el 2016. Si hacemos un cálculo muy conservador, las bajas laborales ligadas a enfermedades mentales suponen un promedio de 40 millones de horas de trabajo perdidas cada año. Estos datos deberían hacer saltar todas las alarmas.
En las últimas décadas hemos visto un interés creciente de las organizaciones para alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible publicados por las Naciones Unidas. No se puede olvidar que el número tres habla de Salud y Bienestar y el ocho de Trabajo Decente y Crecimiento Económico. No estamos en los inicios de la Revolución Industrial, el trabajo puede y debe ser un lugar seguro en lo físico y en lo emocional.
Las organizaciones y las administraciones deben alinear sus esfuerzos para garantizar que el tiempo de trabajo es también un tiempo de bienestar y paz mental. Es responsabilidad de todos garantizar entornos de trabajo saludables en los psíquico y emocional. A nadie debería ocurrirle nunca más lo que le ocurrió al Julio de nuestra historia.
Esther González, directora Máster Executive EAE Business School y licenciada en Psicología por UAM.