Muchas veces, cuando se habla de emprendimiento nos viene a la cabeza una persona con una idea de modelo de negocio y un largo y tortuoso camino donde siempre se empieza solo (salvo por amigos y familia, las 3Fs clásicas). O que para emprender hay que hacerlo de cero, desde “abajo” y sin nada. Pero esta idea, aunque corresponda a una parte del tejido emprendedor, no representa todas las oportunidades que existen y, menos aún, de unos actores cada vez más presentes en los procesos de creación de nuevos modelos: las (grandes) empresas.
Las empresas ya establecidas y formadas siempre se han visto como un foco de capital, clientes o distribución. Nada más lejos de la realidad. Las corporaciones son un ecosistema en sí mismo donde las personas y las propuestas vuelan constantemente. En primer lugar, siempre nacen ideas en el seno de la matriz para ampliar vías de negocio, nuevos modelos u oportunidades de crecer.
En segundo lugar, las empresas cuentan con algo que suele faltar en proyectos nuevos: experiencia y un profundo conocimiento del medio o el sector donde se mueve.
Esto hace que las empresas, de cierta forma, partan de un gran punto de inicio a la hora de emprender, aunque mezclar estos dos conceptos puede sonar raro.
¿Corporaciones? ¿Emprender?
Muchas veces empiezan innovando de manera cerrada, lo que se conoce como intraemprendimiento. Pero esto rara vez funciona de manera positiva, ya que, se dedican esfuerzos para organizar y ejecutar los programas de emprendimiento, pero no para darles continuidad. Cuando hablamos de ideas de innovación disruptiva es necesario dedicar presupuesto, recursos humanos y la implicación de los directivos de la empresa.
Alinear estos conceptos siempre no es tarea fácil, por ello, una de las opciones más aceptables es el corporate venturing building. Es decir, tener una unidad de emprendedores externos que se dediquen a diseñar, testar y ejecutar las ideas que surgen en la empresa sin interferir con su hoja de ruta habitual y une todos los beneficios de un programa de intraemprendimiento con el sentimiento de haberlo completado de principio a fin.
La “gran” sociedad aporta no solo capital, sino un conocimiento profundo del sector, avalado por haber estado años dentro de él y recursos de los que no dispone una nueva empresa al uso. Es decir, cuentan con ventajas injustas que hacen que la creación de un negocio sea una de las cosas más difíciles a las que se puede enfrentar. En ese sentido, surgen otros problemas cuando quieren crear nuevos modelos de negocio como es la poca agilidad en lo concreto -son sociedades grandes que tienen otro fin-; la falta de experiencia en el escalado de proyectos nuevos o, lo más común, que existen equipos gestores pero con poca experiencia emprendedora. Por lo que cada vez más, estas recurren a contar con un equipo externo de venture builders para lanzar estos nuevos proyectos.
El corporate venture studio, el actor encargado de lanzar y escalar ese proyecto, es la contraparte: un equipo más ágil, especializado y centrado en crear startups y llevarlas a buen puerto, pasando por las 4 fases: analizar el mercado, diseñar del producto, optimizarlo y escalarlo de forma independiente. Esta última facilita mucho el proceso a la primera, ya que no solo ofrece la agilidad y rapidez que necesita para poder actuar como startup, sino que de esta manera puede aprovechar todas sus ventajas sin necesidad de dedicar recursos ni tiempo a ello.
En definitiva, el corporate venturing building es uno de los caminos que cada vez más empresas toman para emprender siendo la máxima expresión de la innovación que se dice “abierta”. Dos empresas completamente distintas comparten ideas, proyectos y caminos para crear una nueva vía de negocio viable.
Brais Comeseña, Head of Venture de Corporate Lab.