Nos estamos acercando al final de un año convulso en lo político y en lo económico, en parte achacable a la no prevista guerra de Ucrania, pero no sólo. Los efectos postpandemia, los años “felices” de dinero gratis y el endémico endeudamiento público han añadido su granito de arena a lo que parece en términos económicos una tormenta perfecta.
En España, las proyecciones más realistas apuntan a un crecimiento del PIB entorno al 1% en 2023, lo que en términos de economía real significa un año de destrucción de empleo. En este contexto, son varios los factores que añaden incertidumbre a los empresarios y gestores de las pymes a la hora de tomar decisiones de inversión y de planificación para el 2023.
En primer lugar, una inflación cercana al 10% anual tiene un doble efecto perverso para el desarrollo del negocio de muchas empresas: la subida de los costes directos de producción en todos los sectores obliga a tomar decisiones de subida de precios o de estrechamiento de márgenes a la espera de tiempos mejores. Pero a corto plazo, muchas empresas no pueden modificar sus precios en la misma medida que se incrementan sus costes, bien porque el mercado donde compiten tiene una elevada elasticidad al precio, o porque tienen negociados precios fijos con sus clientes a medio plazo, como es el caso en algunos sectores B2B. Tenemos un buen ejemplo en los contratos de transporte de mercancías que se firmaron antes de la guerra de Ucrania y que está en el origen de los conflictos del transporte que vemos estos días.
Pero no quedan ahí la cosa, ante una perspectiva de inflación y de contención salarial al mismo tiempo, la subida de precios generalizada “roba” una parte relevante del presupuesto de las familias, que tienen que hacer esfuerzos para ajustar sus gastos y aquí, las actividades de ocio y el consumo de productos no destinados a energía, alimentación o educación, suelen ser los primeros en sufrir las consecuencias. A modo de ejemplo, empezamos a ver en televisión anuncios de empresas que ofrecen servicios de renting para dispositivos móviles, que trata de dar respuesta a la caída generalizada a nivel mundial de la compra de móviles de alta y media gama.
Otro factor de preocupación de muchas empresas para el 2023 va a ser la reivindicación salarial de los empleados. Acabamos de salir de una pandemia que ha obligado a sacrificios por parte de todos, los empleados en primer lugar. Y la realidad de muchas pymes es que no van a poder seguir el ritmo de crecimiento de la masa salarial, a la velocidad que imprime la inflación, lo que generará tensión social.
Pero sin duda, y a mi entender, el caballo de batalla de muchas pymes en 2023 va a estar relacionado con la financiación y la necesidad de tesorería. Con los tipos de interés cercanos al 3%, la puerta de la financiación para muchas pequeñas empresas, ya sea para inversión en el negocio o para la gestión de su tesorería, empieza a cerrarse. Los ERTE y las líneas ICO fueron la tabla de salvación para muchas pymes en la pandemia y la postpandemia. Pero no ha dado suficiente tiempo para que muchos de estos negocios saneen y fortalezcan sus cuentas y, en breve, tendrán que hacer frente a la devolución de los préstamos concedidos al calor de la irrupción de Covid, y a las líneas ICO que se concedieron para evitar el colapso de la economía.
¿Qué nos queda a los empresarios y gestores ante este panorama?
Pues básicamente, lo que ya hemos hecho en otras crisis anteriores: ajustar la estructura y costes en la medida de lo posible y razonable y, sobre todo, aprovechar el tiempo para transformar el modelo de negocio, diversificar y generar nuevas oportunidades. En este sentido, veo dos oportunidades que toda pymes debería, al menos, explorar: la digitalización y la transición energética.
La digitalización es un concepto que no se entiende bien muchas veces. No se trata sólo de adoptar tecnología, sino de redefinir nuestro modelo y operativa de negocio para generar eficiencia de costes por un lado, y acceder a nuevos clientes por otro. Además, este grupo está también inmersos en un proceso constante de cambio en sus hábitos de consumo, como consecuencia de la digitalización.
A modo de ejemplo, la implantación de un sistema CRM en una pyme debería abordarse desde la perspectiva del ahorro de tiempo en los diferentes departamentos de la empresa, en el acceso a la información de clientes, así como la automatización de comunicaciones con los clientes y la mejora de la satisfacción general de estos. O la implantación de whatsapp for business o de firma electrónica de contratos, desde la perspectiva de romper barreras en la comunicación o la tramitación con nuestros clientes.
El kit digital
El lanzamiento en 2022 del programa kit digital, financiado con fondos europeos Next Generation, debería suponer un salto cualitativo en este proceso de transformación digital de la pyme, que puede contar con una ayuda que va desde los 2.000€ a los 12.000€, para cubrir hasta un máximo de 12 categorías de soluciones digitales.
Pero no hay que tirar las campanas al vuelo y, en mi experiencia reciente, la decisión de digitalizar nuestro negocio debería tomarse en frío, con independencia del acceso a la subvención y una vez valorado el beneficio real que va a tener para nuestro negocio. Dicho esto, algunos tips prácticos para los que estéis interesados en el kit digital:
- Elegir al proveedor adecuado, es fundamental que nos den asesoramiento previo en la solución que queramos implantar.
- Tener paciencia, plazos entre 6 meses y 1 año son habituales desde la solicitud del bono del kit digital hasta la prestación efectiva del servicio.
- No verlo como un regalo a coste 0 para la empresa. Además del IVA que hay que adelantar, el servicio puede tener costes colaterales y el bono del kit digital sólo subvenciona el primer año de prestación. Es decir, tenemos que elegir la solución digital por el beneficio a medio plazo para nuestro negocio, la subvención es sólo una ayuda para el primer año.
La transición energética no es sólo una oportunidad de ahorro de costes para nuestras pymes, es una necesidad de nuestra sociedad. Es triste decirlo así, pero la realidad es que las consecuencias de la guerra de Ucrania, como en su día la guerra del Yom Kippur, han hecho más por despertar la conciencia de la necesidad de un cambio energético que las campañas gubernamentales o de colectivos de activistas en todo este tiempo. Y es una realidad: los combustibles fósiles son finitos y su coste seguirá subiendo y por otro lado, tenemos un tiempo limitado para frenar la contaminación del planeta antes de que sea irreversible (aunque nuestra generación no lo vislumbre).
Y la transición energética es algo que no puede depender solo de las decisiones de inversión de las instancias políticas: a nivel individual y a nivel empresa podemos hacer mucho y sorprendentemente con beneficio económico: invertir en generación de energía renovable para reducir la creciente factura eléctrica, fomentar el teletrabajo y adecuar la necesidad de espacio de oficina, asegurar el aislamiento térmico para ahorrar en calefacción y aire acondicionado o ver en la instalación de puntos de recarga en nuestro establecimiento una estrategia de atracción y recurrencia de clientes, además de una fuente de ingreso. Y lo más positivo de todo esto es que casi todas estas iniciativas cuentan con programas de subvención a nivel nacional o autonómico.
En definitiva, aunque cada pyme debe encontrar su propio camino para surcar el 2023 con éxito, tanto la digitalización como la transición energética pueden suponer un impulso definitivo para muchos negocios, que les proyecte hacia el futuro.
Los chinos utilizan un término para referirse a una situación de crisis, wei-chi, que significa indistintamente riesgo y oportunidad. A fin de cuentas, como afrontamos un escenario de crisis es una cuestión de perspectiva. Y sinceramente, creo que es hora de empezar a valorar seriamente estas oportunidades en la estrategia de los negocios y de las empresas.
Pedro Fernández, ejecutivo y experto en transición digital.