Internet ha alterado el futuro. Por él, todo se está renovando. Primero, fueron los trabajos relacionados con la tecnología, después el resto. Un recién jubilado puede no haber tocado nunca un ordenador, pero estar literalmente obligado a utilizar un móvil si quiere acceder a su dinero.
Parto de la idea de que la mayor parte de lo que considerábamos futuro, ya está sucediendo. El presente no para de enviarnos señales, nos advierte de la desaparición del dinero físico y, simultáneamente, las shitcoins se viralizan. Cuando parece que comenzamos a prestar atención a las criptomonedas, un gurúcoin nos cuenta en su canal de Twitch que comprar bitcoins pasó de moda en diciembre de 2020.
La viralidad se ha apoderado de nuestras vidas. Dudamos entre cuestiones tan dispares como si es mejor renovar nuestra cartera de cuero o abrir un Wallet en caliente (plataforma conectada a internet que permite almacenar criptomonedas). El propio sistema no permite diferenciar entre información verdadera o falsa. El bitcoin puede subir y bajar un 20% el mismo día. Demasiado hype, demasiadas ansias por crear la siguiente gran disrupción, por ser los primeros en todo y en nada.
¿Hablaremos de criptomonedas en 2035?
Es posible que, para entonces, Ethereum se haya convertido en la criptomoneda de referencia, para luego desaparecer tras un fallo viral y estúpido. Existen monedas inventadas por personas anónimas que han logrado aunar más valor y capital que países desarrollados. Como distopía es tan incongruente, que mentes brillantes como la de George Orwell jamás llegaron a imaginarse un futuro tan absurdo como nuestro actual presente.
Muchos coincidimos en que los agentes digitales son tan necesarios como inevitables. Estamos tan entregados a este tipo de emociones frugales, que solo seremos capaces de tomar medidas y establecer límites cuando hayamos comprobado en primera persona las consecuencias de nuestras adicciones. Al igual que sucedió con el tabaco o la heroína, estamos en el momento en el que sabemos que la forma en la que estamos consumiendo todo cuanto aparece en internet no es saludable, sabemos que hay algo adictivo y peligroso en ello, pero de momento no estamos muy interesados en averiguar cómo afectará a nuestras mentes.
El desafío principal de la sociedad y de todos los individuos que la componemos habrá de ser auto establecernos límites de conducta. Debemos auto convencernos de que aquellas acciones basadas en el frenesí de los likes, probablemente nos conduzcan hacia la quiebra emocional y, ocasionalmente, también financiera.
La tarea a la que nos enfrentamos consiste en mejorar nuestro conocimiento del riesgo y construir una mejor versión de nuestro ser como consumidores digitales. Una forma de comenzar este enfoque de conocimiento puede partir perfectamente de la búsqueda de fuentes de información fidedignas, de medios como el que recogen estas líneas.
Mi experiencia en el mundo digital me dice que las criptomonedas nos ofrecen algo más allá de una simple inversión, son el motor que está fomentando el cambio financiero que exige este mundo hiperconectado. Ante un cambio de concepto tan radical, los gobiernos y las entidades financieras tendrán que escoger: evolución o muerte.
Eduardo Delgado Lobejón, CEO de Roams
