Desde la pandemia, los semiconductores han pasado a formar parte del imaginario común, debido a que la crisis de producción ha mostrado los alarmantes efectos que podría suponer su falta. Sin embargo, todavía sigue habiendo un gran desconocimiento acerca de lo que son, cómo sirven y los usos que se les pueden dar.
Antes de nada, es importante señalar que, por el momento, todos los chips son semiconductores, se diferencian entre otras cosas en la dimensión que tengan, definida según su necesidad de energía y del espacio que puedan ocupar dentro del hardware que componen. Los más sonados, desde unos años atrás hasta ahora son los microchips, con un tamaño de 10 -6; y los nano chips, de 10 -9, lo que, para hacernos una idea, sería el equivalente a una partícula de pimienta molida (0,3mm2). Esto los convierte en componentes particularmente eficientes y atractivos a la hora de integrar cualquier hardware y es por eso por lo que cada vez es más común su uso en cualquier tecnología.
Respecto a su desarrollo: se utilizan diferentes herramientas de diseño y licencias de simulación, donde se corren tanto diseños digitales, como analógicos o mixtos y, una vez producidos, estos siempre necesitan de energía para funcionar, que puede proceder de diferentes fuentes activas o pasivas.
Su funcionalidad, sin embargo, es mucho más extensa de lo que comúnmente se piensa y que parece haberse limitado, exclusivamente, al sector de la automoción y de la alta tecnología. A día de hoy los chips son necesarios en absolutamente todos los ámbitos de nuestra vida, desde la electricidad, hasta los ordenadores, móviles, electrodomésticos o videojuegos, e incluso para los elementos tecnológicos relacionados con el ámbito sanitario que pueden abarcar tanto los equipos de monitoreo básicos, como los robots más sofisticados utilizados actualmente para realizar cirugías neurológicas, que necesitan de una extremada precisión y destreza.
Su ausencia supondría un retraso abismal en todos los sectores que afectan al día a día de toda la población y haría imposible que el ser humano, fuera capaz de vivir tal y como está acostumbrado a hacerlo. Es decir, se produciría retroceso y un colapso global.
Países productores
Sin embargo, la fabricación de este tipo de chips sigue estando muy limitado a apenas unos países capaces de desarrollarlos y entre cuatro se reparten el groso de la producción, con Taiwán a la cabeza, seguido de Corea, Estados Unidos e Israel, además de China, que también ostenta una gran industria, pero de consumo mayormente interno. Y es que la fabricación de semiconductores necesita de una elevada cantidad de recursos que pocas potencias están dispuestas o son capaces a aportar.
Además, hay que comprender la dicotomía que se da por tratarse de una industria muy compleja y especializada, pero con la finalidad de ofrecer soluciones sencillas y eficientes con las que garantizar una mejor calidad de vida, a través de objetos o elementos de fácil uso para todos.
Para la producción de semiconductores se requiere de dos partes fundamentales: de las empresas fabless, encargadas de crear todo el proceso de funcionalidad del componente tecnológico a través de sus diseños, y de las fundiciones, responsables de la fabricación de obleas semiconductoras que pasan a convertirse en los micro y nanochips.
Europa cuenta con algunas de las principales fabless del mercado que proveen de diseños únicos y sin las cuales no se podría llevar a cabo la fabricación de los chips. De hecho, solamente en España hay cuatro empresas dedicadas a esta labor, que son las que integran la primera Asociación Industrial de Semiconductores. Además, por supuesto, de la excepcional tarea que se lleva a cabo en las salas blancas de nuestras universidades y en los centros de investigación, y que se pasan por alto en el momento de hablar acerca de la situación de esta industria.
Ahora, la Unión Europea parece estar barajando la opción de permitir ayudas públicas para dar un impulso a la producción de chips. Sin embargo, el problema sigue siendo que en Europa no contamos con las fábricas necesarias para producirlos y eso nos sigue haciendo dependientes y vulnerables ante el incremento de la necesidad mundial frente a la digitalización, especialmente post-COVID.
Danny Moreno Levy, CEO de Wiyo.
Foto: Economía3