A la hora de elegir un portátil con Windows 10 debemos tener claro que su configuración base será la que determinará el rendimiento que podemos esperar. Concretamente, debemos centrar la atención en tres grandes componentes: procesador, memoria RAM y unidad de almacenamiento.
Es cierto que, una vez que tengamos el equipo en nuestras manos, podemos llevar a cabo varios cambios en la configuración e iniciar pequeños procesos de optimización para mejorar el rendimiento de Windows 10 , pero si hemos comprado un portátil con unas especificaciones de hardware muy ajustadas no podremos esperar ningún milagro, y el rendimiento de Windows 10 podría acabar siendo bastante mediocre.
Con el auge de los portátiles de bajo coste y la llegada de PCs Mini a precios relativamente bajos, cada vez son más los usuarios que se preguntan dónde está el punto mínimo que debemos buscar a la hora de elegir un equipo si queremos disfrutar de un rendimiento bueno con dicho sistema operativo.
Podemos encontrar una gran variedad de configuraciones a día de hoy, así que no vamos a entrar a verlas todas ya que no tendría sentido. En su lugar, vamos a compartir con vosotros tres configuraciones tipo que os servirán como punto de referencia para valorar qué tipo de rendimiento podréis esperar.
- Nivel bajo: procesador Intel Atom, Celeron o similar de bajo consumo y bajo rendimiento, 2 GB de memoria RAM y almacenamiento eMMC o disco duro a 5.400 RPM, es una configuración de hardware muy floja, y será normal que Windows 10 funcione con lentitud. Debemos evitarlo.
- Nivel básico: procesador Intel Pentium G, AMD Athlon (Zen), 4 GB de RAM y disco duro a 7.200 RPM, una configuración superior a la anterior y un salto importante. Lo normal es que Windows 10 funcione bien, siempre que no entres en multitarea intensiva ni ejecutes aplicaciones muy exigentes. Es una buena opción para presupuestos ajustados.
- Nivel medio: procesador Core i3, Ryzen 3, 8 GB de RAM y unidad SSD, a partir de este nivel la experiencia de uso con Windows 10 debería ser muy buena. Es el nivel que deberíamos buscar en la mayoría de los casos.
Obvia decir que, en función de las necesidades concretas de cada profesional, podríamos optar por configuraciones personalizadas que mejoren determinados aspectos. Por ejemplo, si vamos a trabajar con aplicaciones que dependen de la GPU deberíamos optar por un equipo que cuente con una gráfica dedicada. En este sentido, recuerda que las soluciones NVIDIA Quadro y Radeon Pro solo tienen sentido cuando vamos a trabajar con herramientas exigentes centradas en el diseño gráfico, la ingeniería, la investigación científica, el renderizado y la creación de contenidos.