Todos, en algún momento de nuestra vida, tenemos una gran idea pero, el problema, es llevarla del terreno de las emociones al mundo de lo real y, por encima de todo, no perecer en el intento.
Un estudio de Maurice E. Schweitzer y Jennifer Dunn, de la Universidad de Pennsylvania, concluye que las emociones no son muy fiables a la hora de tomar decisiones o emitir juicios sobre otras personas. Esa confianza que, a veces, depositamos en los demás, en un mundo tan complicado como los negocios, basados en parámetros emocionales más que de gestión.
El estudio citado nos hace recapacitar sobre el riesgo de tomar decisiones en momentos en los estados emocionales se encuentran alterados por la situación que se vive. Así, nos explica que, en momentos de gran alegría, optimismo, enfado o tristeza, no deberíamos tomar grandes decisiones pues afecta sobre nuestra capacidad de análisis del negocio y sobre la confianza hacia los demás.
En ocasiones, factores externos pueden incidir de forma estrepitosa sobre nuestra capacidad de análisis como muchos de nosotros podemos intuir a diario. Problemas de salud, pareja, familia, etc., pueden ser una gran influencia que traslademos al mundo laboral y cómo no, al mundo de las interacciones personales en la empresa.
Los investigadores llegan a la conclusión de que, aunque creemos que somos seres racionales que emitimos juicios lúcidos y claros, en realidad todos navegamos a la deriva en un mar de emociones que, posiblemente, influya sobre nuestras acciones en un contexto social o del ámbito de los negocios.
Entonces, ¿aplicamos o no emociones al negocio?
El mundo de las buenas ideas nunca es ajeno al mundo de los negocios, pero tampoco al mundo de las emociones. Desde hace años, la Inteligencia Emocional se está abriendo en un mundo donde parecía que no mostrar nuestras emociones, o ser “duro”, era todo un punto a favor.
Entre otros, el psicólogo, Daniel Goleman, afirmó la importancia de saber percibir y controlar nuestros propios sentimientos, así como el valor añadido que implica el saber interpretar los sentimientos de los demás. El mundo empresarial cada vez pone en mayor valor la formación sólida, como el control sobre las habilidades sociales y emocionales.
Pero hoy en día, tener una buena idea, es sinónimo de resiliencia, de saber resistir, de no rendirse, de saber avanzar, saber retroceder y por encima de todo, no renunciar a nuestros sueños.
Así, podríamos decir que todo negocio debería empezar por varios puntos fundamentales:
- Saber a dónde queremos llegar. Tener nuestros sueños lo suficientemente claros y someterlos a la mayor de las flexibilidades. En ocasiones, las cosas no pueden empezar como queremos, pero si damos ese primer paso, tendremos la oportunidad de dar el segundo.
- Saber trazar nuestras líneas rojas y ser consecuentes con ello. Saber diseñar nuestros principios y buscar nuestras fortalezas sin ignorar las debilidades.
- Ser sinceros con nosotros mismos. Ser capaces de trazar una hoja de ruta sensata, realista y dotarnos de la firmeza necesaria para no ceder ante los primeros problemas y dificultades.
- Ser capaces de “trasladar” esa emoción y visión al resto de personas, clientes, redes sociales, etc. Señalar los motivos por los que deberían elegirle, los motivos que le hacen diferente y emocionar a su clientela. Lo importante no es captar, es saber mantener a su clientela.
- Precaución con la improvisación, pues una cosa es la flexibilidad y saber adaptarnos y otra muy diferente ir dando bandazos que nos hacen perder energía y nos llevan lejos de nuestra meta.
- Traza un buen plan de negocios, pues no hay nada mejor que empezar por bajar una idea al papel, empezar a cuestionarla y ver pros/contras en vez de un mundo ideal basado en las emociones y en la ilusión.
- Empieza por ser realista, pues de las buenas ideas no se come ni se pagan letras a final de mes, por lo que no hagas castillos en el aire y controla tu nivel de endeudamiento.
- No confíes tu investigación de mercado a familiares y amigos. Ellos seguro que te quieren, pero no son objetivos con la viabilidad de un negocio y, mucho menos, te dirán aquellas cosas que no quieres escuchar. Algunas ideas son magníficas, pero nunca serán un buen negocio.
- Valora si esa buena idea puede ser ejecutada por ti, pues puedes tener buena madera para la creación de proyectos, pero ninguna cualidad para llevarlo a cabo.
- Plantéate el peso de la competencia. No te dejes llevar por la ilusión desmedida y revisa el mercado de forma sistemática. En ocasiones nuestra idea es buena, pero se encontrará compitiendo con otras que ya están consolidadas y mejor posicionadas.
- Busca rodearte de un buen equipo o establece alianzas. No podemos saber de todo y aceptarlo, es el inicio de elegir un equipo que sirva para complementar y no para figurar.
- No creas que el “boca a boca” es suficiente o que los que te dicen “iré a comprarte a ti”, al final, lo harán. No todo el marketing vale para tu tipo de negocio por lo que es mejor pensarlo antes que tirar recursos en campañas inútiles. No dejes nunca de innovar.
- Y aunque es el último punto, no deja de ser el fundamental, no te rindas demasiado rápido. La principal causa del fracaso de las empresas recién creadas es el cansancio, la lentitud de resultados y el inicio del factor “culpabilidad”. No todas las empresas tienen el mismo desarrollo y los mismos “tempos”. A veces es muy duro, pero hay que tener paciencia y analizar sin cesar en qué podemos mejorar.
En suma, no olvidemos nunca que una buena idea puede no resultar un buen negocio. Si una idea no se llega a hacer realidad, no valdrá nada y para ello, no es suficiente con la ilusión. Hacer de las emociones nuestras aliadas es fundamental, pero también es importante saberlas mantener alejadas cuando debemos sacar nuestra faceta más analítica que nos permita sumar puntos para lograr el objetivo soñado.