Sucedió hace justo 25 años. Fue un ataque que hizo temblar los cimientos de la construcción de Europa. Todavía hoy se recuerda aquella tarde del 16 de septiembre de 1992. Después de semanas de
apuestas especulativas contra las monedas más débiles de la Unión Europea, la carga definitiva se produjo durante esta jornada que ha pasado a la historia con el nombre de miércoles negro. El balance no pudo ser más desolador.
La libra esterlina abandonó el mecanismo de cambios europeo para no volver jamás, la lira salió también, pero de forma temporal (¡cuatro años!) y la peseta registró una devaluación del 5%.
Los
bancos centrales de los países de estas divisas tuvieron que luchar a brazo partido frente a la especulación, con escaso éxito. Dicen que el Banco de Inglaterra gastó 3.400 millones de libras en defender a su moneda aquel miércoles negro.
El Banco de España llevó a cabo intervenciones masivas para mantener a flote a la peseta y en el verano y el otoño de ese año se gastó unos 15.000 millones de dólares de las reservas de divisas en defender la moneda.
Los especuladores parecían entidades lejanas y hasta cierto punto oscuras. Nada más lejos de la realidad.
Bancos, fondos de inversión o de pensiones e incluso empresas de reconocido prestigio apostaron fuerte contra las monedas débiles. Y más sobre la
peseta, que en los dos siguientes años llegó a devaluarse hasta en cuatro ocasiones y perdió aproximadamente un tercio de su valor (cerca del 35%) frente a la divisa ancla, que era el marco alemán.
Los ataques a las tres monedas tuvieron como origen incongruencias bestiales en las políticas económicas de los estados correspondientes. Reino Unido quería reducir su inflación a niveles similares a los de Alemania, a una tercera parte de ese monstruoso 10% que habían rozado islas en los dos años anteriores al ingreso en 1990.
Momento de gloria
España vivía su año de gloria, con los
Juegos Olímpicos de Barcelona y la
Expo de Sevilla. Ambos acontecimientos constituyeron la punta del iceberg de una fase de especulación inmobiliaria brutal. En el plano económico, las autoridades de la época aplicaban políticas aberrantes:
despilfarro salvaje en el presupuesto público, contenido en el terreno monetario por subidas de tipos por parte del Banco de España para que el fuerte gasto de las administraciones no disparara la inflación.
En eso, el 6 de junio, los ciudadanos de
Dinamarca dijeron «no» en referéndum al Tratado de Maastricht. Esta constituía la piedra angular de la construcción europea en aquel momento. Este revés destapó la caja de los truenos en los mercados cambiarios.
Hacía semanas que todas las divisas atravesaban un periodo de incertidumbres que obligaban a intervenciones discretas por parte de los bancos centrales. Primero fue para controlar la apreciación de esas monedas frente a un marco débil como consecuencia de la reunificación del país. A partir del no danés, se invirtió la tendencia: la lucha pasó a ser la salvaguardia de las monedas «perifericas» y, en consecuencia, de la imagen de los estados.
Lira débilísima
Los especuladores comenzaron por la lira. Desde febrero, las reservas de divisas italianas se habían reducido progresivamente, pero a partir de junio el agujero empezaba a ser evidente. El marco se iba fortaleciendo, en un movimiento que cobró mayor intensidad en julio, cuando se produjo una huida masiva de fondos en dólares hacia el marco. En eso, el gobierno italiano decidió abandonar a su suerte y no apoyar económicamente al conglomerado EFIM, que había declarado quiebra. La lira entró en el bombo de la tiranía especulativa.
Los ataques contra las divisas se recrudecieron el 16 de septiembre. El Banco de Inglaterra trató de frenar a los especuladores subiendo los tipos de interés del 10% al 12% y llegó a anunciar un alza al 15% que no llegaría a hacerse efectiva jamás. Hacia las seis de la tarde, la libra esterlina abandonaba el mecanismo de cambios europeo y no volvería nunca más. La humillación constituyó uno de los argumentos que avivó el antieuropeísmo y condujo al abandono de Europa el año pasado.
Soros, el inteligente
El financiero de origen húngaro George Soros se convirtió en el mito de esa jornada. Su fondo había apostado 10.000 millones de libras contra la moneda británica, lo que le reportó unas ganancias de 1.000 millones de dólares.
Con las divisas muy mermadas durante el verano, la
lira siguió los pasos de la libra esterlina y abandonaba la disciplina del Sistema Monetario Europeo (SME
). Volvería cuatro años y dos meses después, en noviembre de 1996.
El ministro socialista Carlos Solchaga viajó a Bruselas para solicitar una devaluación de la peseta ante el Comité Monetario Europeo. Quería un 12% pero no le permitieron más del 5%, ante el temor de que una señal de mayor debilidad arrastrara a monedas como la dracma griega.
Acababade iniciarse lo que se denominó la «tormenta monetaria», que se prolongó muchos, muchos meses. Los tipos de interés subieron de forma irracional. El de las letras a un año se puso al 14,5%, mientras los bonos a diez años marcaban poco más del 10%, situación contraria a lo habitual.
Devaluación competitiva
En tres años, la peseta se abarató en un tercio de su valor. La bestial crisis económica que se inició en el último trimestre de 1992 pudo solventarse sin problemas en un par de años, gracias al abaratamiento de los productos españoles en los mercados exteriores, lo que permitió vender más. Este sector exterior fue el que sacó a España del pozo de la recesión.
Al desaparecer las monedas, la potestad para modificar el tipo de cambio de la divisa común, el euro, corresponde al Banco Central Europeo. En procesos de crisis, España ya sólo puede buscar un abaratamiento de sus productos por la vía de los costes y los salarios. Así se ha visto en la última crisis que no sólo ha catalizado un empobrecimiento generalizado de las clases trabajadoras, sino que ha tenido una larguísima duración de al menos siete años. Aún hoy siguen observándose signos muy preocupantes sobre la capacidad de algunos sectores de la población para llegar a fin de mes.