A los españoles no nos gusta la movilidad laboral. Nos gusta vivir en la ciudad en la que hemos nacido y si es posible, trabajar cerca de casa. Miramos a los americanos o a los alemanes, capaces de cambiar de lugar de residencia cada pocos años y no los entendemos. Somos más de «si algo funciona, no lo toques». Pese a que «odiamos» a nuestra familia, la queremos bien cerca.
Es cierto que la crisis económica ha obligado a muchos españoles a «buscarse la vida» en otra parte. Pero casi siempre hablamos de personas que no han tenido más remedio que hacerlo, esa movilidad exterior de la que presumía la ministra Báñez y que en realidad camufla esas grandes oportunidades que siguen brillando por su ausencia en nuestra madre patria.
Y así nos encontramos con estudios como el que acaba de publicar el portal oficinaempleo.com, en el que se afirma que «el 60% de los españoles rechazaría un puesto de trabajo si implica moverse a más de 100 kilómetros». Normal, si las cañas del fin de semana con los amigos, son sagradas.
El estudio afirma que vascos, catalanes y aragoneses son los “más reacios” a este cambio, mientras que los riojanos, baleares y extremeños no tendrían “tanto problema” en desplazarse. Por grado de estudios, los más propensos a desplazarse son los que han cursado educación superior, mientras que los que solo tienen estudios básicos o no poseen estudios tienden a afirmar que no se moverían de su ciudad.
¿Y por cuánto estamos dispuestos los españoles a decir adiós a nuestra ciudad e intentarlo de nuevo? Pues depende. Los mayores de 30 años consideran que entre los 1.000 y 1.500 euros mensuales debería ser la cantidad mínima que se debería percibir, mientras que los que tienen entre 18 y 29 años consideran que sería suficiente con un salario mínimo que esté entre los 707 y los 1.000 euros mensuales para coger carretera y manta.