El tratado de Schengen, firmado en la pequeña ciudad luxemburguesa del mismo nombre en 1985, corre peligro. O al menos, esa es la sensación que se percibe en el ambiente cuando países como Alemania re-establecen de forma temporal controles en las fronteras y cada vez más voces en países como Italia, Francia, Hungría y otros países del este claman porque se vuelvan a imponer estos controles.
Eliminar el espacio Schengen y reimponer los controles fonterizos en el interior de la UE, supondría no sólo eliminar el derecho que hasta ahora ha asistido a millones de ciudadanos europeos a la hora de moverse con total libertad dentro de la Unión (menos en Reino Unido e Irlanda), sino que además supone establecer trabas al comercio intra-comunitario y a la movilidad de trabajadores en la UE. Medidas todas ellas que podrían suponer un grave perjuicio económico para centenares de empresas.
Dicho lo cual, ¿Existen realmente motivos que pongan verdaderamente en tela de juicio el futuro de Schengen? En estos momentos, aunque no parece que se vaya a tomar una decisión a corto plazo, hay al menos tres motivos que llaman a la reflexión.
El principal y el que ahora mismo está más de actualidad, es la crisis de los refugiados. Alemania calcula que en un solo año podrían llegar 800.000 refugiados sirios a su territorio. Suecia, otro país tradicionalmente conocido por su política favorable a acoger refugiados políticos, también se prepara para a coger un gran número de ellos. El resto de países de la UE, por un lado se resisten a aceptar un sistema de cuotas obligatorias impuesto por la Comisión Europea y por otro, no ven con buenos ojos que los “inmigrantes” acogidos en uno de los países miembros, puedan moverse con libertad a otros países.
Pero este no es el único desafío al que se enfrenta Schengen. Los últimos episodios de terrorismo, como el frustrado ataque el pasado mes de agosto en el tren que cubría el trayecto entre Amsterdam y París, o la falta de coordinación entre las policías de los estados miembro a la hora de perseguir al crimen organizado, cuestiona la seguridad de un mecanismo ideal en su concepción pero que presenta graves fallos.
Como aseguran muchas voces, uno de los más graves es la infra-financiación de Frontex, el organismo de la UE que debe apoyar a los países en la vigilancia de las fronteras exteriores de la Unión. Fronteras que en estos momentos, la constituyen países como Chipre, Malta, Grecia o Hungría que no tienen ni los medios materiales, ni los económicos para realizar una vigilancia seria de las mismas.
Pero la gran pregunta es: ¿Puede la eliminación de Schengen convertir a la UE en un territorio más seguro? A pesar del perjuicio económico que supondría para sus empresas y la restricción de movimientos para personas y mercancías, ¿Merecería la pena?
En estos momentos sólo partidos extremistas como el “Frente Nacional”) en Francia, la “Liga Norte” en Italia o los muy conservadores partidos gobernantes en varios países del este de Europa piden abiertamente el restablecimiento de las fronteras. Por contra, la mayoría advierte que la eliminación de Schengen apenas serviría para parar un fenómeno (el terrorismo) que ha demostrado que no conoce fronteras.
Sobre el papel es impensable la desaparición de Schengen a medio plazo y sería catastrófico política y económicamente, ya que cuestionaría la idea misma de la Unión Europea. Sin embargo no es algo que se pueda descartar por completo.
La crisis de refugiados y el temor al terrorismo han disparado las alarmas y dado más fuerza a los críticos, pero no es la primera vez. En 2011 se especuló largo tendido con el final de Schengen y al final siguió vivo, aunque algo más limitado. Y es una posibilidad real que algo similar ocurra ahora, con concesiones a los más preocupados.
