Japón ha sido durante muchos años sinónimo de innovación, eficacia y disciplina. Y aunque esto sigue siendo así, en los últimos años la pérdida de competitividad de su economía, está produciendo situaciones dentro de las empresas que solo pueden calificarse de dantescas. Como cuentan en «The Economist», pese a los esfuerzos que está haciendo la administación de Shinzō Abe porque las mujeres tengan un mayor reconocimiento en el espacio laboral, no sólo no lo está consiguiendo, sino que se está poniendo en boga lo que ya se llama Matahara, término que nace como la contracción de «maternity» (maternidad) y «harassment» (acoso).
Matahara implica la actitud abiertamente hostil que muchas empresas mantienen frente a las trabajadoras que se quedan embarazadas. Como denuncia la ONG Matahara Net, resulta habitual que algunos managers pidan a sus empleadas que aborten cuando se quedan embarazadas. ¿El motivo? Hay mucho trabajo que hacer. La presión social que imponen los propios compañeros de trabajo, suele traducirse en que finalmente muchas de estas trabajadoras dejen la empresa al quedarse embarazadas (70% según los datos de la ONG), que algunas decidan someterse a un aborto por miedo a perder su trabajo, o que precisamente el estrés que supone esta situación, les lleve finalmente a sufrir un aborto natural.
Los testimonios que recoge el artículo de «The Economist» nos hablan de trabajadoras a las que se obliga a pedir perdón a sus compañeros por haberse quedado embarazadas; amenazas de despedir o congelar no sólo su propia carrera laboral, sino también la de sus maridos o directamente, el despido. ¿Cuántas mujeres sufren esta situación? Aunque no hay cifras exactas, los sindicatos del país nipón aseguran que hasta un quinto de las trabajadoras japonesas han sido víctimas de esta práctica.
Por supuesto el Matahara es ilegal en Japón y las autoridades están haciendo esfuerzos por perseguir estas prácticas. Pero no es fácil combatir una idea que está íntimamente relacionada con la cultura japonesa del trabajo: permanecer en la empresa hasta altas de la noche aunque no haya nada que hacer. Una adicción al trabajo que nace tras la necesidad de reconstruir una economía hundida tras la segunda guerra mundial, pero que no encuentra hoy justificación que la sustente.