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Jueves, 21 Noviembre 2024

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El coste de no hacer nada

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Si preguntamos a cualquier empresa dónde se encuentran sus mayores costes, seguramente nos encontraremos ante una pléyade de respuestas de lo más variado. Nos hablarán de personal, bienes de equipo, inversiones TIC, etc. Y sí, podríamos hacer un bonito gráfico que reflejase qué áreas resultan más gravosas para las pymes españolas. Sin embargo, tal y como explica Dave Brock en su conocido blog, estaríamos pasando por alto un elemento fundamental, pero poco cuantificable: el coste de no hacer nada.

Si prestamos atención a cómo funciona nuestra organización, es fácil que descubramos que a menudo la inercia (la forma en la que siempre hemos hecho las cosas), la carga de trabajo (que utilizamos como excusa para no acometer ningún cambio), la pereza (sencillamente no nos importa), el miedo (sabemos que deberíamos cambiar pero no tenemos la seguridad y voluntad necesaria para hacerlo), la falta de compromiso, la ceguera (no prestamos atención a lo que sucede a nuestro alrededor), o la arrogancia (creer que somos los mejores y que no necesitamos cambiar), nos impiden evolucionar como empresa y adaptarnos a las nuevas necesidades de nuestros clientes.

En ocasiones hablamos de cosas pequeñas, detalles sutiles que sin embargo, nos impiden dar el máximo, o que limitan nuestras posibilidades de seguir mejorando en áreas clave. La situación es mucho más grave cuando sí somos capaces de identificar problemas concretos (bajo rendimiento, gestión de ventas ineficiente, falta de inversión en el desarrollo de nuevas competencia clave, etc.) y no hacemos nada para solucionarlo. Como nos explica Brock, el no hacer nada ya cuesta millones de dólares a las empresas norteamericanas, por no hablar de las nuevas oportunidades que se pierden. No hacer nada es un problema que no sólo nos afecta a nosotros como organización, sino que también afecta negativamente a nuestros clientes. ¿Por qué se da esta situación?

  • Porque no representa un riesgo personal
  • No nos exige aprender nada nuevo
  • No cambia por completo nuestro esquema de trabajo o nuestras vidas.
  • No nos exige que gastemos más recursos de los que ya estamos gastando.
  • No nos exige desarrollar nuevas ideas, pensar diferente o tomar en consideración qué es lo que está yendo mal.
  • No nos pide cuestionar qué, por qué o cómo estamos haciendo las cosas.

En definitiva, aunque no hacer nada tiene un coste más que considerable para nuestra organización, es también la estrategia más cómoda para una parte importante de la misma. El problema es que mientras nosotros estamos cómodos, no haciendo nada, es más que probable que alguno de nuestros competidores sí que esté haciendo algo innovador o que aspire a ser disruptivo.

No hacer nada, señala el autor, «implica perder oportunidades para crecer, mejorar nuestros procesos, atender mejor a nuestros clientes, ganar cuota de mercado, encontrar nuevos nichos, ser más efectivos y eficientes». No hacer nada, implica en última instancia, convertirnos en una organización irrelevante.

Imagen: Shutterstock

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