Si los líderes tóxicos, aquellos que se alimentan las necesidades e ilusiones de las personas para engrandecer su propio poder, ya representan un problema para algunas organizaciones, ¿qué hay de los venenosos? Este tipo de líder va aún más allá, son capaces de acabar con un equipo de trabajo y pervertir el funcionamiento de una organización sin previo aviso. Identificarles a tiempo es la mejor cura para las empresas.
He aquí una lista de los 10 tipos de jefes más venenosos:
El ausente. Aparece por la oficina en contadas ocasiones y siempre en los momentos más inoportunos. Estos tipos pueden ser buenos o malos. Los primeros son los que, a pesar de ser invisibles, están trabajando y exigen a sus profesionales que hagan lo mismo, son responsables y exigen lo mismo a sus empleados, a los que dotan de autonomía. Sin embargo, los nocivos no sólo no aparecen, sino que además son especialmente hábiles para echar la culpa a los demás de los errores empresariales que provoca su ausencia.
El paternalista. Aunque al principio su presencia puede resultar una bendición para los trabajadores, a la larga su instinto de protección es contraproducente porque impide que sus empleados sean autónomos. Esa amabilidad, cariño y preocupación por hacer agradable la vida de sus empleados, le impide ser objetivo: los buenos jefes deben tratan a sus empleados como personas, no como hijos.
El marca. Si el protagonismo del directivo supera a la relevancia de la marca puede beneficiar a la empresa sobremanera. Sin embargo, estos jefes pueden ser el veneno más fuerte para cualquier organización si cometen algún error en su labor, ya sea de carácter personal o profesional.
El relaciones públicas. Es el colega que todo empleado desearía tener: conversador, amable, extrovertido. Conviene no olvidar que, aunque esta actitud es una de las mejores para generar un buen entorno laboral, un jefe es un jefe y, cuando lo crea conveniente, puede ejercer sus funciones más difíciles: despedir, bajar el sueldo o cambiar a un profesional de puesto.
El tolerante. Si un jefe tolera cualquier tipo de actitud, es decir, no premia las buenas acciones de sus empleados, pero tampoco penaliza las malas, esto puede llevar la empresa a la ruina. No bajes la guardia si ante cualquier fallo tu jefe te dice que no te preocupes… probablemente lo tendrá en cuenta. En su mano está solucionar el problema de la mejor manera para no ocupar un lugar en su lista negra.
El sobreocupado. Este tipo de líder está en todos lados y suele desaparecer cuando más falta hace. Además, suele impregnar de confianza a todos lo que le rodean, ya que aparentemente todo está controlado. Nada más lejos de la verdad. Si no hace un buen ejercicio de delegación acabará atrapado en su propia trampa.
El relajado. Tener estrés no es precisamente lo que le define. Pasa buena parte de su jornada laboral pegado al teléfono, navegando por Internet y sin acelerarse por nada. Su actitud puede llegar a contagiar a su equipo, una contaminación que da lugar a equipos de trabajo muy poco ágiles. Lo peor es que suele delegar en su equipo cualquier tipo de problema, al que exigirá el nervio y la resolución que él no tiene.
El sumiso. Dispuesto a cumplir órdenes cree que es la mejor manera de tener contento a sus superiores y de que su equipo funcione. Conformista por naturaleza nunca se le oye una voz más alta que otra… hasta que explota. Si lo hace, se puede convertir en un déspota y hacer del ordeno y mando su política de gestión de personas. Nunca confíes en aquellos que no hacen ruido, porque cuando lo hacen pueden ser letales.
El cotilla. Logra la afiliación de sus empleados porque les hace partícipes de todo lo que sucede en la empresa, pero no de lo realmente importante. Cotillas por naturaleza hacen de los rumores en los pasillos y en las máquinas de café su mejor herramienta para el convencimiento. Son especialmente hábiles para utilizar este veneno en su propio beneficio.
El omnipresente. La empresa es su vida. Llega el primero a la oficina y se va el último. Lo quiere controlar absolutamente todo y no delega. Estos líderes pocas veces confían en sus colaboradores, porque les considera sus rivales. Suelen ser muy inseguros, por eso quieren tener todo bajo control. Siempre solicitan opinión, pero al final se impone su criterio.