Hace décadas que los distintos Gobiernos y partidos políticos de nuestro país tratan el tema de la innovación y el desarrollo asociado a ésta con una mezcla de esceptiscismo y «ahora no toca». Esto por supuesto, nos ha pasado factura y España ha quedado relegada a posiciones muy alejadas de la cabecera cuando se evalúa su grado de competitividad.
De hecho, según se recoge en el Informe Global de Competitividad 2011-2012 elaborado por el Foro Económico Mundial de Davos, nuestro país ocupa el puesto 39 de una lista de 142 países. El ránking, está encabezado por Suiza y Suecia y nos sitúa por detrás de otros países europeos como Irlanda, Portugal, República Checa y Hungría.
En una nota, el Instituto de Estudios Económicos (IEE) explica que el Foro de Davos del pasado mes de septiembre recalcó la importancia de la innovación como «pilar esencial» para la competitividad de una economía.
En este sentido, el IEE defiende que un «entorno favorable» a la actividad innovadora requiere de una inversión privada y pública «suficiente en I+D», así como de instituciones científicas de elevada calidad, una «estrecha colaboración» entre el mundo académico y las empresas y de una «adecuada protección de los derechos de propiedad intelectual».